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Eros vs Henry Ford

Hace aproximadamente cien años, Henry Ford transformó la industria y el transporte al comenzar a producir automóviles en cadena. Sus objetivos eran, entre otros, reducir los costos de producción, masificar la oferta para masificar la demanda, y mecanizar el trabajo. Sobre sus coches negros, uno idéntico al otro y al otro y al otro, Ford afirmó que «cualquier cliente puede tener el coche del color que quiera siempre y cuando sea negro». Eso es el fordismo: el cliente teniendo que tomar una decisión entre… una sola opción. Y sabemos que cuando solo se tiene una opción, es porque en realidad uno se ha quedado sin opciones.

La Escuela, tal y como la conocemos hasta el día que corre, es también una invención del señor Ford. De la misma manera en que sus trabajadores manufacturan automóviles, el sistema educativo manufactura estudiantes: en serie.

Desde que el niño pone un pie en las instalaciones de la Institución Fordista —ora la física, ora la virtual— está condenado a verse repetido en su compañero de enfrente, en su compañera de al lado, en sus compañeros todos. Porque La Escuela se siente compelida a cortar a cada estudiante con la misma tijera. Todos deben, por igual, memorizar la tabla de multiplicar y la tabla periódica y la tabla gimnástica. No solo hay que formarlos, sino además uniformarlos. No hay que convertirlos en seres autónomos, sino en entes autómatas.

Para la Escuela que dirige el señor Ford, los estudiantes son seres sin rostro ni voz ni voto. Parecen operar como máquinas desprovistas de agencia, de experiencias, de sueños, de intereses, de inteligencia, de emociones. En tanto que el fin ulterior de este sistema educativo es producir estudiantes que produzcan, la Escuela Fordista los aliena, los expolia, les extrae su valor, les impide ejercer su condición humana. No solo los cosifica, al reducirlos a circunstancia de objeto, sino que además los comodifica, es decir, los entrega al mundo como objetos destinados nada más que a la labor mercantil.

Debemos dejar atrás este paradigma educativo. Henry Ford necesita ser sustituido por Eros, quien merece estar a cargo de la Escuela. En la mitología griega, Eros es el dios del deseo, el amor y el impulso creativo. Tres cuestiones imprescindibles para el aprendizaje. Sin embargo, la experiencia áulica se encuentra, hasta hoy, completamente deserotizada.

Con Eros al frente de la Escuela, los estudiantes no miran constantemente el reloj, ni viven esperando a que suene el timbre, ni son concebidos como un número más en la lista. Por el contrario, se muestran ávidos por comprender, anhelosos por conocer, deseosos de crear.

En la Escuela gestionada por Eros, los estudiantes son valorados como personas que deben ser motivadas, en vez de como máquinas que deben ser aceitadas. En la Institución que Eros dirige, el fin último no es simplemente el de que los estudiantes obtengan un título para poder ejercer, sino sobre todo el de habilitar las condiciones para que puedan florecer. Esta Escuela no busca engendrar estudiantes resignados a memorizar y acatar las normas de un mundo que les es adverso, sino dotarlos con las herramientas necesarias para que sean capaces de transformarlo.

En esta Escuela, con Eros en su dirección, a los estudiantes les está permitido el ocio y la duda y el error. En el aula erotizada, el estudiante sale de sí mismo para su encuentro con el otro. Además, tiene la posibilidad de mostrar, sin complejos, su emocionalidad, de hacer valer su voz, de compartir por fin los sueños que cada noche suele atreverse a contarle apenas a la almohada.

Si el sistema educativo no sirve para ayudar a que cada estudiante cumpla sus sueños es porque, a últimas cuentas, se los está más bien arrebatando. Toca, en palabras del filósofo argentino Darío Sztajnszrajber, «erotizar el aula».

Toca por fin, después de más de un siglo al frente de la Escuela, relevar a Henry Ford y darle una oportunidad a Eros.

*Raúl Carlín es actualmente Coordinador de Proyecto Nuevo Maestro en Radix Education. Además, es abogado, músico, activista y un apasionado de la educación. Raúl cree firmemente en ocupar el Ágora alzando su voz y escuchando la de otros para co-construir la educación que queremos y el país que nos merecemos.










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