Es necesario un gobierno de puertas abiertas, hemos podido leer por aquí y por allá. Uno que escuche las necesidades e intereses de las y los ciudadanos de forma permanente y que rinda cuentas de sus acciones con transparencia y honestidad. Una escuela de puertas abiertas, es algo que también hemos escuchado.
Pero, ¿qué pasaría si tuviéramos, en realidad, escuelas sin puertas? Escuelas que se convierten en una extensión de la calle, de la realidad cotidiana, de la comunidad. En vez de llegar a la escuela a encerrarnos en aulas cuadradas y opacas, atiborradas, idénticas en cualquier parte del país y, casi siempre, sin espacio para aprender en movimiento, mejor vamos quitando las puertas y pongamos nuestros aprendizajes y manos al servicio de lo común, de lo más cercano que tenemos, lo que queda afuera: la vida real que, hasta hoy, no se ha logrado que quepa dentro de la escuela.
Las escuelas, para mí y para muchos más —hoy en día y desde hace décadas—, no son otra cosa que centros de llenado. Me explico: ahí, por más que los y las docentes vengan con la mejor disposición de llevar conocimientos, pareciera que solo hay cajitas que llenar con contenido que tarde o temprano se filtrará por las orejas. Todo señala a que en las escuelas se vive una realidad distinta a la que niños, niñas y adolescentes enfrentan al cruzar sus puertas en cualquier etapa de la vida. Una realidad que no nos ayuda a tomar en serio la responsabilidad que, desde ya, todos y todas tenemos como ciudadanos partícipes en la construcción de un peor o mejor país. La escuela no debería ser una simulación del juego de la vida, debería ser nuestro mejor ensayo para ser y hacer en comunidad.
Basta con darnos una vuelta intencionada por los planteles de nuestra ciudad o de cualquier comunidad, ¿qué vemos en los alrededores de muchos de ellos? ¿Delincuencia, vandalismo, compra y venta de drogas, basurales, jardineras casi extintas, banquetas destrozadas, venta de comida no saludable? ¿Esto les suena o hasta aquí la dejamos?
Un momento. No seamos fatalistas. Por el contrario, nombremos los buenos esfuerzos de la escuela también. Contemos los empeños en multigrado, la diferenciación, las metodologías innovadoras, la invitación al disfrute, el juego, la práctica y la solución de problemas. Pero, ¿qué creen, lectores?, poco de eso que sí sucede dentro de las paredes de la escuela alcanza un diminuto tintineo en las afueras. ¿Qué nos estorba entonces?, ¿serán las puertas?
Si los buenos esfuerzos de las escuelas con puertas se extendieran hacia afuera, ¿qué comunidades tendríamos? Yo imagino una escuela que quita sus puertas para conocer su comunidad, que suma y se suma al cambio que quiere ver en ella y con los suyos: que toma la brocha, mide el perímetro de la cuadra, calcula la pintura necesaria y aprende a pintar la banqueta; que construye una composta comunitaria para reducir los residuos que vulnerarán la vida de otros y entiende por qué lo hace; que enseña a andar en bicicleta y usar el espacio público de otras formas; que da oportunidad de ver y crear arte; que habilita espacios para el deporte y el juego.
Si las escuelas quitaran sus puertas y exploraran la comunidad con todos sus problemas y sus miembros: madres, padres, tutores, directivos, administrativos, estudiantes, y todos y todas a quienes no he nombrado y están, desde pequeñitos seríamos parte de nuestras colonias y nuestros municipios, los embelleceríamos de formas inimaginables, los cuidaríamos porque son espacios que habitamos y nos pertenecen; incluso también serían más seguros algún día. Solo entonces, quizá tomaríamos postura para no acostumbrarnos a gobiernos que nos vengan a decir que tienen las puertas abiertas y están ávidos por solucionar los problemas de afuera, porque en esos problemas quizás nosotros ya seríamos soluciones.
Abramos entonces las puertas de las escuelas y críticamente nombremos lo que no nos gusta, lo que nos hiere, lo que nos falta, y seamos puntas de lanza para cambiarlo.
Acerca de la autora
Susana es Coordinadora de proyectos educativos de Proyecto Nuevo Maestro en Radix Education, desde donde diseña e implementa espacios de formación y fortalecimiento de la práctica docente. Además, cuenta con una amplia trayectoria en el camino de la promoción del libro y la lectura, y ha asumido roles como editora, coordinadora editorial, autora y mediadora de lectura. Es Licenciada en Comunicación por la Universidad Iberoamericana Puebla.
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